El autor no existe. Esta afirmación, sugerida de manera
más o menos explícita en el texto de Barthes, resulta análoga a esa aparente
conclusión de que Dios no existe, luego del célebre “Dios ha muerto” de
Nietzsche.
A partir de esto,
de este suprimir el origen y delegarlo a simple función o apariencia, es que
surgen las innumerables miradas que empiezan a caer sobre el texto. Así como
cuando se decidió que Dios no existía comenzaron a pensarse teorías dedicadas a
explicar la autogeneración del universo, a partir de la muerte del autor se
edifican concepciones tendientes a insinuar que el Lenguaje, concretizado en el
Texto –que son todos los textos- se basta y se genera a sí mismo, valiéndose
del escritor menos como creador que como mediador.
Pero, ¿entre qué cosas es mediador el escritor? Barthes
habla de “los mil focos de la cultura” (Barthes, 1994:69). El escritor es ese
punto donde confluyen incalculables focos culturales que hablan casi por sí
mismos desde su propia confluencia en la mente del ‘autor’, para producir el
entramado del texto, donde el autor se dedica simplemente a armar un mapa que
muestre lo mejor posible esa confluencia. De esta manera, lo único interesante
de estudiar la vida de un autor consistiría en visualizar en ella los distintos
focos culturales con los que tuvo contacto, o a los que estuvo expuesto; sin
embargo, la crítica dedicada a explicar obras a partir de la vida de su autor
no parece tender a buscar estos focos sino a narrar la experiencia del sujeto
empírico. Esta concepción estuvo sostenida por la importancia que tomó el
individuo en un mundo sin Dios, haciendo del individuo-autor el dios creador y
rector del texto. Pero ¿existe una relación tan estrecha entre la experiencia
personal con la producción de un texto que es puro lenguaje? Lo que para los
ojos de la crítica hace a un buen autor, ¿es más la cantidad y la calidad de
los focos culturales que lo atraviesan o su capacidad de armar el entramado del
texto para que todos los focos se muestren adecuadamente?.
Así como la finalidad de la expresión de Nietzsche estaba
menos orientada a abolir la religión que a dar cuenta de que el hombre se valía
por sí mismo sin necesidad de tener en cuenta a un ser superior; la finalidad
de Barthes es, también, quitarle importancia al autor para hacer valer el texto
en la medida en que es leído, es decir, que tiene un Lector, y que es ahora
éste quien pone en funcionamiento el lenguaje del texto, y por lo tanto, el que
realiza la actividad primordial.
Entonces, de la misma manera en que las religiones (y por
lo tanto Dios) siguen existiendo a pesar de Nietzsche, la figura del autor
sigue vigente después de Barthes, ya que el mercado la necesita para vender los
textos, publicitando las obras, a través de la exposición del autor empírico
como estrella mediática.
¿Y quién es este escritor que vale como autor sólo para el
imaginario social, la prensa y el mercado, fuera del lenguaje como Texto y
de la actividad literaria propiamente
dicha? Saer, en “Una literatura sin atributos” (Saer, 1986:61) sostiene que el
escritor –ese individuo que escribe- debe ser también un hombre sin atributos, sin ser portador de ninguna ideología, ni
responder a ninguna determinación previa. Para ser ‘guardián de lo posible’ y
salvar la experiencia estética del lector, evitando la anticipación y la
automatización.
Este cierre del ensayo de Saer es susceptible de resultar
ambiguo, ya que decir que el escritor no debe tener ideología no significa que
no deba decir nada sobre su tiempo, sino que el texto debe poder hablar sobre todos los Tiempos; no es que el escritor
no debe decir nada sobre su realidad, sino que el texto debe poder mostrar La Realidad ; y, por último,
no quiere decir que el autor no deba decir algo,
sino que el texto pueda decirlo Todo. Es, como escritor, darle al lector la
libertad suficiente sobre el texto como para ser negado en última instancia por
este.
Ciertamente, es mucho más interesante edificar ideas sobre
la base de los textos de un autor que
sobre la biografía del mismo como explicación de su obra, ya que limitar el
hecho literario a un hecho en la vida del autor es dejar de lado la experiencia
incomparable que permite el saber que el texto no habla de un hecho en la vida
de un hombre, sino que habla de todos los hechos, de todas las vidas, de todos
los hombres.
P.D.: consigna nº 1 del ultimo TP de Introducción a los estudios literarios
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